"LA CIENCIA DEL AMOR
El adictivo cóctel cerebral del amor
El enamoramiento hace al cerebro segregar sustancias con efectos similares a las drogas
La química del amor está en marcha: abrazos, caricias, miradas cómplices que no se ocultan al mundo. El enamoramiento entre el presidente francés Nicolas Sarkozy y la cantante Carla Bruni está en su fase álgida y sus cerebros, según las últimas investigaciones, están en ebullición eléctrica (por las descargas neuronales) y química (por las hormonas y sustancias que participan). Toda una droga.
Empezando por la infancia, algunas investigaciones apuntan que entre los cinco y los ocho años ya se desarrollan los moldes cerebrales que determinan de quién nos enamoramos. Por ello, a menudo el flechazo surge con personas parecidas a lo largo de toda la vida. "Para que se produzca, debe haber concordancia de interés entre las dos personas y que surjan recuerdos de otros momentos de atracción", explica José Luis González de Rivera, jefe de Psiquiatría en la Fundación Jiménez Díaz de Madrid.
A veces, añade este experto, es un amor de rebote, para acabar con el sufrimiento que produce una ruptura, el famoso "un clavo saca otro clavo", que es lo que podría haberle sucedido a Sarkozy tras ser abandonado por su mujer Cecilia. "Pero son enamoramientos a menudo decepcionantes, porque no se basan en la atracción por la otra persona. Es mejor esperar a deshabituarse del anterior", asegura este psiquiatra.
Y es que al enamorarse se provocan reacciones químicas adictivas, como con las drogas, y el desamor produce síndrome de abstinencia.
Para empezar, en contra de lo que se pensaba, las mujeres emiten feromonas al ovular, como otras hembras de animales. Son hormonas inodoras pero que perciben los hombres.
Un estudio publicado en la revista 'Evolución and Human Behavior' detectó que las 'strippers' ganan el doble cuando están ovulando que cuando tienen la menstruación, lo que sugiere que los hombres responden a esos estímulos olfativos. También se comprobó que los maridos son más celosos y más atentos sexualmente con sus esposas durante el periodo de ovulación.
Otros investigadores han demostrado que, por su parte, las mujeres detectan el complejo de histocompatibiblidad mayor (CHM) del sistema inmune, unos genes que producen olores diferentes, y sienten mayor atracción por los varones con un CHM diferente al propio.
Descarga química
Una vez encontrada la persona más atractiva, el sistema nervioso se pone en marcha y se produce una descarga de feniletilamina, un compuesto de la familia de las anfetaminas que desata la pasión. «Ella es la responsable de producir la excitación, la que hace que se produzca la dopamina, que es el neurotransmisor relacionado con el placer y la recompensa», comenta David Huertas, psiquiatra e investigador del Hospital de Guadalajara.
Huertas no duda de que en el futuro se fabricarán sustancias que favorezcan los enamoramientos con unas gotas de oxitocina (la hormona de la confianza y el apego), serotonina (que genera bienestar), dopamina y noradrenalina (que dilata las pupilas y acelera la tensión).
De ese cóctel explosivo es del que surge, según los últimos estudios, el enamoramiento y la adicción a esos arrebatos de los que no se libra ni Sarkozy, aunque su popularidad caiga en picado.
Otra hormona que está en activo es la testosterona. Se ha descubierto que la testosterona genera deseo sexual en las mujeres, en las que actúa como un afrodisíaco que se podría recibir de los besos de la pareja masculina.
Las resonancias magnéticas funcionales y la tomografías de positrones han ayudado mucho a conocer qué zonas del cerebro se encienden por amor. Según el equipo de Helen Fisher, son las áreas afectadas por la dopamina (que se produce en la zona tegmental ventral y se libera en el núcleo accumbens y la corteza frontal) las que se ponen al rojo vivo, así como el septum de las mujeres, una zona donde se sitúan las emociones, y la corteza visual en los hombres, donde se aprecia la belleza.
Los investigadores Samir Zeki y Andreas Bartels comprobaron que, además, se inhibe el córtex frontal, donde reside la racionalidad y el sentido crítico respecto a la pareja. Son las locuras del amor.
Una vez pasada la pasión, que dura meses, otras áreas comienzan a funcionar, las vitales en las relaciones duraderas. Por ello, una relación estable puede verse sorprendida por una aventura imprevista. En otros casos no se llega a la segunda fase, y con la pasión desaparece toda la atracción."
Como continuación a mi interesante artículo anterior sobre las sustancias químicas del amor, que prácticamente nos iguala a simples animalejos olfateadores de feromonas expelidas por hembras en ovulación, paso ahora a debatir sobre un comentario que acabo de escuchare en la oficina, algo así como que “todos los hombres decís que San Valentín fue una fiesta patrocinada o inventada por los Joyeros como excusa para no ser románticos una vez al año”.
Hija de puta, cuánta razón tiene en el fondo. San Valentín es el día perfecto para no ser romántico. De hecho, prefiero ser romántico el resto de días del año. El romanticismo oficial e imperativo no va conmigo. Todos los días son San Valentín para aquél que vive enamorado, joder.
Ser romántico, ¿qué coño es ser romántico?.
Byron & Co. tienen sus teorías al respecto: ser romántico es ser una desesperada, insatisfecha y torturada alma errante y melancólica. Bonito, pero agotador.
El Corte Inglés tiene su teoría propia: ser romántico es comprarle ese puto diamante una vez al año. Bonito, pero caro.
Mi teoría es que ser romántico es algo muy distinto, a saber, ser romántico es apreciar los encantos de lo previsible a sabiendas de que todo es esencialmente azaroso e imprevisible.
Me explico: La rutina nos parece algo previsible, que el tren llegue a su hora, que fichemos todos los días, que tengamos la comida puesta, que nos acostemos, que pongan los Simpson en la Tele, que nuestros ahorros crezcan a paso de caracol, todo eso es previsible y siempre nos olvidamos de apreciar los encantos de lo previsible.
Y es que aunque lo imprevisible puede resultar ocasional y puntualmente encantador (un amor a primera vista o un premio de la Lotería), la mayor parte de las veces lo imprevisible resulta bastante acojonante.
Así, un atentado terrorista vuela el tren que, por lo tanto, nunca llega a la estación y, por ello, no llegas a fichar y, por ello, no llegas a comer y, por ello, no llegas a ver los simpson y, por ello, no te acuestas a tu hora. O un hijoputa te roba los ahorros a punta pistola. O un día te descubren un cáncer, o un hijo putativo, o vaya Ud. a saber.
Debo mucho al azar, y soy consciente de que le debo mucho al azar y de que todo es, en contra de lo que nos parece, profundamente azaroso e imprevisible, pero le tengo bastante miedo al azar también, y en esta edad mía senil prefiero dejarme seducir por los discretos encantos de lo previsible, dejadme disfrutar de los encantos de lo previsible, mientras pueda.
De manera que, concluyendo, ser romántico es decirle a esa mujer vuestra, rutinaria en apariencia, que, gracias al puto azar la conociste, gracias al puto azar la quieres, y que esperas que el puto azar no te separe un día de ella pillándote por sopresa; que comer y dormir cada día con ella, al igual que coger el tren en la estación, es un lujo de rutina esencialmente volátil, una rutina monótona fabricada con una sustancia muy inestable llamada azar, y que sólo esperas que todo siga siendo igual de previsible hasta que la diñes, e incluso en la otra vida.
Ser romántico pues es apreciar la magia de lo previsible en un mundo jodidamente peligroso e imprevisible.
Y después de este discurso os deseo, cual Baltasar cursi, un feliz día de los NO-enamorados.